Celebramos con toda la Iglesia el domingo 2 de febrero, la fiesta de la Presentación del Señor en el templo. En la procesión de entrada, las niñas de la Misión iban andando solemnemente de dos en dos y llevaban una vela en las manos. ¡Pueden imaginarse cuántas llegaron encendidas al altar…! El P. Paul, quien celebraba la Misa, aprovechó el incidente para hablarnos de cómo a veces dejamos apagar la luz de la fe que Jesús enciende en nuestros corazones y que necesitábamos siempre ser iluminados de nuevo por esta luz.
La noche anterior a la apertura de las inscripciones para el Colegio, el día 3, medio a oscuras, con ilusión y con mucha precaución –pues los puntales de la obra hacen de los pasillos una especie de carrera de obstáculos– trasladamos dos mesas y cuatro sillas al despacho, para recibir a los padres que vinieran a inscribir a sus hijas. La decoración sería nuestra más amable sonrisa, pues ni ventanas tiene todavía el cuartito. Estábamos encantadas y nos intrigaba saber cuántos vendrían.
Al día siguiente, a las ocho de la mañana en punto, vinieron nuestros dos primeros padres de niñas. Bio, el sastre del P. Saturnino, y el guarda de la alcaldía, ambos musulmanes. Al explicarles que se trataba de un Colegio católico, etc., este último nos contestó con mucha decisión: “Miren, yo soy musulmán, pero quiero darles a mi hija; no me importa si ella quiere ser católica, es más, ¡hasta puede ser “ma soeur” si quiere, pero quédensela, porque yo sé que aquí va a estar muy bien…!”. También han venido dos señoras peulh con sus hijas, quienes ya conocíamos porque han venido a lavar en nuestro pozo; resultaron ser las dos mujeres del mismo marido. La primera era “la preferida” de este y, por tanto, la que está mejor situada; sin embargo, la segunda mantiene a sus ocho hijos sola, pues su marido no se ocupa de ellos para nada. Sus tres niñas serán las primeras de los ocho en estar escolarizadas y se ve que hará un esfuerzo grande para procurarles educación. También ha venido estos días una señora cieguecita, católica y radiante de alegría, por poder traer a la niña que tiene a su cargo al Colegio de “ma soeur”. Todos quieren dejarnos a sus hijas en el internado. Casi todos los que han venido hasta ahora son de la etnia bokó; son gente muy sencilla: funcionarios, cultivadores, profesores… Algunos no saben ni firmar y, en su lugar, han dejado sus huellas dactilares.
Gracias a Dios ya han venido unas treinta y cinco niñas, de las cuales cuatro o cinco son católicas, alguna evangélica y el resto musulmanas. Cuando se lo contábamos al P. Saturnino, nos dijo en tono solemne: “Toda esta gente confía mucho en vosotras, no les defraudéis”. Así que sigan pidiendo por nosotras, para dejarle hacer al Señor todas las maravillas que quiera con estas personas, sedientas de Él.
A mitad de semana, abrimos las cajas que contenían el Cristo y la Virgen de la capilla… ¡Qué alegría constatar que llegaron en perfecto estado! Llamamos a Aymar, a nuestros obreros católicos, a Adamou y a Gounou para que se consolaran con nosotras contemplándolas. Empezaron juntos un Avemaría para saludar a la Virgen. La reacción de cada uno y sus caras de alegría y devoción fue otra contemplación, nuevamente de la fe sencilla de los pequeños. Martin, el herrero, se quedó rezando delante del Cristo y movía los labios en silencio mientras le miraba con una cara de fervor que era una delicia. Al final, en su francés de aquella manera, dijo: Él ha “sufierto” mucho (Il a trop suffrit). Adamou se puso de rodillas y rezó un rato en silencio. Gounou se quedó maravillado con la sonrisa de la imagen de la Virgen María… Damos muchas gracias a Dios por la generosidad de la última promoción del Mater de Madrid, que ha regalado la Virgen, y la de la familia X, que ha regalado el Cristo. ¡Muchas gracias! Estamos deseosas de tener ya nuestra capilla preparada y que muchos niños y mayores se acerquen a rezar a Jesús y a la Santísima Virgen.
El miércoles 12, el P. Saturnino estaba en casa y Gounou nos avisó que un señor de Bankourou quería verle. Después de hablar con él, el Padre nos dijo que se estaba muriendo Jacobou, un señor gandó que sigue el camino de Jesús, padre de dos niños del internado, y que había pedido que le llevaran a sus hijos para despedirse de ellos. El P. Saturnino se fue enseguida. Gracias a Dios los niños llegaron a tiempo; murió unos minutos después. Por la tarde, la M. Ana y yo fuimos con el Padre, algunos de la Comunidad y los dos niños a Bankourou para la ceremonia del entierro. Llegados al poblado nos encontramos con las señoras en una choza a la izquierda, el difunto envuelto ya en una sábana blanca dentro de otra choza, y los señores cavando el agujero en el cual lo pondrían. Había un silencio absoluto, interrumpido por las oraciones en fulfulde y batonou que rezamos como pudimos, acompañando al Padre. De regreso a Kalalé, nos preguntó qué quería decir en fulfulde “Alla mobbu”, últimas palabras que el difunto había dicho a cada uno de sus hijos. Con nuestra pequeña base de fulfulde pudimos contestar que es un buen deseo para el que emprende un viaje: “Que Dios os acompañe en el camino”.
Y por último contarles que ¡ya hemos recibido las felicitaciones de Navidad por correo! Aunque sea dos meses después, nos ha hecho mucha ilusión leer las felicitaciones que han llegado. Muchas gracias.